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DIARIO DE UN ACADÉMICO DE PROVINCIAS

Por

Antonio Viudas Camarasa

Académico Numerario, en posesión de la Medalla número 20, 

 de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes

 

para una historia de la real academia 

de extremadura

 

 

 Publicado en el Tomo XI  (2000-2001) del Boletín de la Real Academia de Extremadura

 

LA ACADEMIA, ANHELO DE VARIAS GENERACIONES

                Con motivo de la inauguración de la sede de la Real Academia de Extremadura por la Reina Doña Sofía, el día 9 de octubre de 2000, he recopilado algunos datos sobresalientes acerca de la creación y vida de esta Institución durante el siglo XX, que deseo ir completando con el paso de tiempo.

                La Academia es fruto del trabajo de numerosos extremeños durante varios siglos. Múltiples referencias se han dado sobre la cultura extremeña y ya son varios los pensadores que han meditado sobre este asunto. En silencio y con mesura me atrevo a suscribir las palabras de Antonio Hernández Gil cuando se refiere a que Extremadura ha dado intelectuales de valía a la cultura occidental, pero hasta el siglo XX no ha contado con centros institucionales generadores de saber.

                Se ha citado por varios académicos de la extremeña, y observo que es dato todavía desconocido e ignorado por la mayoría, la importancia de la corte literaria de Don Juan de Zúñiga en Zalamea de la Serena[1]. El primer erudito que reparó en este dato fue Antonio Rodríguez Moñino. El esplendor de la corte literaria de Zalamea de la Serena hace recordar el gracejo de las Serranillas del Marqués de Santillana, en la primera mitad del siglo XV, donde muestra su espíritu viajero «Faziendo la via / del Calatraveño/ a Santa María... ». Los estudiosos han localizado a su serrana «... la vaquera / de la Finojosa...» en la villa, entonces extremeña, de Hinojosa del Duque[2], territorio perteneciente a la Orden de Alcántara cuando Juan II concedió su jurisdicción al Maestre Gutierre de Sotomayor.

                Se enlaza también con las largas estancias de los Reyes Católicos por tierras extremeñas, en el último tercio del siglo XV, de tal modo que los historiadores documentan la muerte del Rey Católico en Madrigalejo.

                En la documentación que aportamos se afirma que Nebrija tuvo casa en Zalamea de la Serena desde 1488 a 1516 y que en esta tierra escribió la Gramática de la lengua castellana y los dos diccionarios. También está atestiguada la presencia de Lope de Vega en tierras de La Abadía, en el palacio y jardín renacentista de Sotofermoso[3], en la cuenca del río Ambroz, donde sirvió al Duque de Alba, recuérdense las referencias a Extremadura en su teatro.

 

 

Figura 1. La Abadía (Cáceres). Mansión de los Duques de Alba. Reconstrucción de  Alfonso Jiménez Martín (Periferia, 2, 1984). Foto ©aviudas 2001.

                 Se tienen noticias de la presencia de Tirso de Molina en Trujillo, donde escribió alguna obra teatral. Miguel de Cervantes visitó Extremadura y personajes extremeños aparecen en sus obras. Extremadura ha sido tierra de filólogos. Acogió a Antonio de Nebrija. Dio cuna a Benito Arias Montano, corrector de la Biblia Regia. Es tierra del primer traductor de la Biblia a la lengua castellana: Casiodoro de Reina, natural de Montemolín, y del revisor de esa traducción: Cipriano de Valera, oriundo de Fregenal de la Sierra. Francisco Sánchez «El Brocense» nació en la villa cacereña de Brozas.

                Pedro de Valencia en Zafra, su ciudad natal, en la corte literaria de los Duques de Feria, abrió un estudio humanístico. Gonzalo de Correas, natural de Jaraíz de la Vera, es autor de una Gramática castellana y de un sin par refranero.

                La tradición de bibliófilos que tiene Extremadura es única en el mundo de las letras hispánicas. Las tres figuras históricas: Bartolomé José Gallardo, Vicente Barrantes y Antonio Rodríguez Moñino han dejado profundas huellas culturales. La biblioteca de Gallardo forma parte de una importante biblioteca de Norteamérica. La de Vicente Barrantes, tras extraños virajes, engrosa el patrimonio del Monasterio de Guadalupe y el legado de Antonio Rodríguez Moñino brilla con gallardía en la Real Academia de la Lengua Española. Extremadura ha sido generosa con la intelectualidad mundial y ha generado cultura sin amasar, sin centros institucionales, hasta la segunda mitad del siglo XX.

                Antonio Rodríguez Moñino me trae a la memoria a uno de los mentores de la Real Academia de Extremadura: Miguel Muñoz de San Pedro, Conde de Canilleros. La idea de la creación de la Academia la trajo desde Barcelona el escritor extremeño Joaquín Montaner, natural de Villanueva de la Serena, pero sin la actuación de uno de los Quijotes de las letras extremeñas, el Conde de Canilleros, no se hubiera llevado a cabo.

                Miguel Muñoz de San Pedro colabora con Antonio Rodríguez Moñino en la Primera Exposición Interprovincial del Libro Extremeño (Cáceres, primavera de 1948), —apoyada por Antonio Rueda y Sánchez Malo, Gobernador Civil de Cáceres— donde surgió la idea de la celebración de las Asambleas de Estudios Extremeños. Participa en la I Asamblea de Estudios Extremeños de Badajoz en el otoño del mismo año y organiza la II Asamblea de Estudios Extremeños en Cáceres en octubre de 1949.

                Muñoz de San Pedro y José Luis Cotallo Sánchez, con el apoyo de la Diputación de Cáceres y los desvelos de un gobernador amante de la cultura, convocan a esta reunión —celebrada mientras el general Franco es investido doctor honoris causa por la Universidad de Coimbra y dona 25.000 escudos para la terminación de la Basílica de Fátima—, a la intelectualidad española relacionada con Extremadura.

                Años antes el Conde de Canilleros había fundado la tertulia madrileña del Café Lyon, siendo asiduos contertulios José María de Cossío y Antonio Rodríguez Moñino. La Duquesa de Quintanilla no está alejada de esa tertulia y la finca Pascualete, ubicada en el término municipal de Santa Marta de Magasca, en sus muros guarda el eco de voces y secretos para interpretar el resurgir cultural de Extremadura en las décadas de los cuarenta y cincuenta.                              

                  En la creación de la Academia de Extremadura en su última etapa tuvo mucho que ver el asentamiento en 1969 del matrimonio Salas en Trujillo[4], de la mano de la Duquesa de Quintanilla, que propició en torno a la restauración de palacios antiguos, tertulias literarias a las que se sumó enseguida Don Juan de Vargas-Zúniga y Montero de Espinosa, Marqués de Siete Iglesias. En la casa de Xavier de Salas -- él mismo lo confiesa en uno de los testimonios--  se redactó uno de los borradores de los Estatutos de la Academia de Extremadura.

                Los eruditos comprometidos en los Congresos de Estudios Extremeños sintieron la necesidad de convocar el VI Congreso, en un momento propicio en que las dos Diputaciones Provinciales estaban muy dispuestas a colaborar. La Diputación de Badajoz puso a disposición de la Institución Pedro de Valencia la revista Alminar, verdadero órgano de expresión para la creación de la Real Academia de Extremadura, donde se anuncian las bases del Congreso y se dan noticias de la creación de la Academia.

                La tradición intelectual extremeña optó por la creación de una Real Academia de Extremadura, mientras en otros ambientes intelectuales se miraba con mejores ojos la creación de asociaciones culturales. En el Primer Congreso de Escritores Extremeños (Cáceres, 1980) participaron activamente varios de los primeros académicos. Recuerdo el anuncio del Ministro de Cultura, Ricardo de la Cierva, de la construcción del nuevo edificio que alberga la Biblioteca del Estado junto al Hospital Provincial en sustitución del viejo caserón de El Palacio de la Isla en Cáceres.

                La Academia tuvo seguidores y adversarios en el momento de su fundación, como bien se deja notar en las plumas de Félix Pinero y Gregorio González Perlado que adjuntamos como testimonio. En estos momentos en que hay sitio para todos, en el ámbito de las letras, se aprecia que la creación literaria y erudición cultural están necesitadas de una severa y rigurosa autocrítica, en el sentido del pensamiento pedagógico de Santiago Ramón y Cajal, para mejorar y emular a la tradición tan elevada desarrollada en siglos anteriores. Es un reto para la fuerza arrogante de la juventud o como gustaba de decir Pedro de Lorenzo «la insolencia solemne de la juventud[5]».

                La Academia paso a paso está cumpliendo su misión y como dijo la Duquesa de Badajoz es una institución «con mucho futuro». Esta Corporación ha defendido reiteradas veces el patrimonio cultural de la región, evacuado informes, generado cultura, propiciado foros de debate donde intelectuales dedicados a diversas disciplinas han intercambiado pareceres, y desde luego la Academia ha creado un mundo intelectual nuevo en torno a los biblistas extremeños: desde Antonio de Nebrija que desde su mansión extremeña fue a revisar el texto de La Vulgata, en la Biblia Complutense, pasando por la gran labor inigualable en Europa de Benito Arias Montano, a la no menos importante para el mundo ecuménico representada por el primer intento con éxito, en el siglo XVI, de la traducción de la Biblia a una lengua vulgar como la castellana, iniciada en la segunda mitad del siglo por Casiodoro de Reina y preparada definitivamente para la imprenta por Cipriano de Valera en 1602.

                Tras el hilván de esta reflexión ofrezco un avance de materiales para una historia de la Real Academia de Extremadura, recordando a los directores de esta institución ya fallecidos: Antonio Vargas-Zúñiga, Antonio Hernández Gil y Marino Barbero Santos.

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[1] Según los estudios más recientes (Rodríguez Moñino, Fontán y otros) Nebrija escribió la Gramática de la lengua castellana y los dos diccionarios, en un largo período de estancia en Extremadura, cuando su docencia fue vetada en Salamanca por los intereses de algunos claustrales de la Universidad, con maestros poco proclives a aceptar innovaciones metodológicas traídas de Italia, aprendidas en Bolonia en el estudio de las obras de Lorenzo Valla.  En la paz idílica extremeña y con el mecenazgo de la Orden de Alcántara Antonius Nebrissensis se aposentó en Extremadura, llegando uno de sus hijos a abrir casa en la villa de Brozas, cercana a Alcántara, donde la Orden militar tenía sede en el Conventual de San Benito. Alonso de Torres y Tapia se refiere a «el Maestro Antonio de Lebrixa», que enseñó latín a Juan de Zúñiga, Maestre de la Orden de Alcántara. También menciona a Frey Marcelo de Lebrixa, hijo de Nebrija (Vid.Crónica de la Orden de Alcántara, 1763, Tomo II, pág.569):

«Era el Maestre aficionado á todas buenas letras, y demas de los Religiosos que alli tenia consigo, llevó algunos hombres insignes en ellas, el Bachiller Frey Gutierre de Trejo. Jurista, Caballero de la Orden, que por ventura fue este uno de los esentos; el Maestro Fray Domingo, Teologo del Orden de Predicadores; el Doctor de la Parra, Medico, Abasurto Judio de nacion, Astrologo; el Maestro Antonio de Lebrixa, y el Maestro de Capilla Solorzano, el mayor Musico que conocieron aquellos siglos. El Maestro Antonio le enseñó latin, y el habia dado el Habito y la Encomienda de la Puebla á Frey Marcelo de Lebrixa su hijo. El Judio Astrologo le leyó la Esfera, y todo lo que era licito saber en su Arte; y era tan aficionado que en su aposento de los mas altos de la casa hizo que le pintasen el Cielo con todos sus Planetas, Astros y signos del Zodiaco. Ya hoy está esto muy deslustrado con la antigüedad. En estos estudios y exercicios, y en el gobierno de aquella Provincia pasaba su vida el Maestre. Tenía para poder el vacar mejor al estudio de las letras su consejo, de que eran Oídores Frey Gomez Suarez de Moscoso, Comendador del Portezuelo, el Corregidor Francisco de Xerez, el Lic. Miguel de Villalva».

[2] Julio Alcaide Inchausti en «Hinojosa del Duque (Córdoba). Breve reseña estadística», en la sección de La aldea de personalidades de la Revista censal (http://www.infocenso.ine.es/personalidades_3.htm), consultado en el 04-12-01, afirma:

               «En los años de mi infancia, Hinojosa era un clásico pueblo extremeño. Antes de la delimitación provincial de Javier de Burgos en el siglo XIX, Hinojosa se integraba en la provincia de Extremadura, perteneciendo al partido judicial de Trujillo...

                [...]

               Actualmente sigue siendo un pueblo básicamente agrícola, que ha incorporado entre sus fuentes de riqueza el ganado vacuno, una especie inexistente en los años treinta a pesar de la famosa “Vaquera de la Finojosa" del Marqués de Santillana...    [...]

                Pero después de casi un siglo, Hinojosa se ha convertido en un pueblo andaluz, lleno de flores y colorido, limpio y 

acicalado, totalmente distinto de aquel pueblo atrasado de principios de siglo pasado. La Feria de Agosto, que le había dado

tanta fama por la gran concurrencia de ganado mular, ha desaparecido con la mecanización del campo. Pero le han quedado

 las fiestas, repito, con un sabor andaluz inconfundible, en nada parecido al que viví en mi infancia».         

[3] Vid. Alfonso Jiménez Martín, «Jardín de Abadía. Sotofermoso», Periferia, 2, 1984, págs. 62-89. El palacio y el jardín fueron declarados Monumento Nacional en 1931. Precisa de una urgente y necesaria restauración para ser admirado como lo que fue, uno de los mejores jardines renacentistas de estilo italiano en suelo español. Las maquetas de este autor dan una idea de ello.

[4] Jaime de Salas, «Xavier de Salas en Trujillo» (Ars et sapientia, 2, 2000, págs.15-18), valora el papel del Dr. De Salas en la creación de la Academia de Extremadura: « Mi padre tampoco se mantuvo alejado de la vida cultural de la región que en los últimos años ha tenido un desarrollo importante [...]. A esto hay que añadir el haber compartido con el Marqués de Siete Iglesias y D. Antonio Hernández Gil la iniciativa en la fundación de la Real Academia de Extremadura que teniendo como sede Trujillo puede desempeñar un muy importante papel en la vida cultural de las dos provincias extremeñas».

[5] Pedro de Lorenzo y Morales, «Discurso a Viudas», en Filología y saber popular, Cáceres, 1990, pág. 74.  

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