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Poemas de Rosa María Lencero

 

Presentación

 

de

 

El galo moribundo (2001)

 

"El deseo del vencido", reseña de José María Barrera de El galo moribundo en ABC Cultural, 19-1-2002, pág. 14.

 

 

 

El deseo

del vencido

 

El galo moribundo (Poema)

ROSA MARIA LENCERO

Diputación Provincial Badajoz, 2001

36 páginas; 4,81 euros, 800 pesetas


MIGUEL Ángel Lama, en la Introducción a Diez años de poesía en Extremadura (1985-1994) (1995), cita el trabajo de Manuel Pecellín Lancharro («Poetas extremeños, generación de los ochenta») publicado en El Ciervo, en marzo de 1994. Allí se incluye a Rosa María Lencero Cerezo (La Nava de Santiago, Badajoz) junto a un grupo de cinco poetas (Ángel Campos, Álvaro Valverde, Carlos Medrano, María José Flores y Ada Salas).

Tomando como motivo la escultura del periodo helenístico Galo moribundo, expuesta en el Museo Capitolino, la autora de poemarios como Lo que fue una sombra o Tierra extrema nos ofrece, en su reciente libro, un monólogo dramático sobre el indulto a la memoria, nueva forma de conocimiento ante el cerco de la muerte. La victoria de los reyes de Pérgamo, en la primera mitad del siglo III a. C., sobre los galos invasores del mundo griego, origina esta conocida estatua, donde un joven (identidad de nostalgia sin nombre) --desangrándose por una herida mortal abierta en su pecho-- intenta infructuosamente levantarse (corazón y aliento), símbolo de una conciencia herida de la carne --rechazo de la esclavitud­- ante la frágil eternidad de la vida (condena): «Dejo el tornasol del tiempo / y te espero desnudo, / Muerte Absoluta, transparente / de agonía donde inclino / mis labios para morder tu beso». La lucha interior de un ser desvalido ante el tiempo último motiva este correlato objetivo de la verdad de un cuerpo enfrentado a la llamada de su muerte, ejemplo de toda inocencia perdida, tras el revés en la lucha cotidiana.

 

Variaciones o fragmentos

 

Concebido en 26 variaciones o fragmentos, este discurso metafísico --de las sombras y luces de un deseo-- abarca desde la inutilidad del esfuerzo, la intimación con la muerte, e1 destino del ser o el cainismo al son del oro, hasta la mirada del pasado, la derrota ante fuerzas superiores o la recreación amorosa, bajo una poética reflexiva con espacios de experiencia moral: «Cubridme con regreso la frente / hundiré en su nombre mi inquietud / y seré manso de corazón / en manos de serena caricia». El sortilegio de las palabras --el especial aljibe enamorado de la voz-- se constituye paralelamente en la única tasa para el vencido («un torques se trenza a mi cuello / como única amarra de tierra»). Ese singular «amor constante más allá de la muerte» quevedesco es la delicia y dicha que justifica la última batalla. No en balde este sacrificio, postrero de sueño y melancolía concluye en una auténtica razón de amor en la claridad final, más allá de los espejos íntimos de la soledad: «No importa que pase veloz la vida, / que se aleje presuroso el tiempo, / sobre las horas vence el amor / que atraviesa el filo de las espadas».

 José María Barrera

 

 

 

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