Bueno, pues es mi turno. Gracias. Os
agradezco profundamente que estéis aquí acompañándome.
La luz que irradia este
libro pienso que puede arroparos también a todos vosotros.
Para mí su nacencia ha sido dolorosa y entrañable al mismo
tiempo. Yo por cultura, por tradición, por herencia, vivo
permanentemente con el latido de la poesía. Para mí el verso
es otro existir, como estar aquí ahora, sentada ante todos
vosotros.
Foto
©aviudas 2001
Trinidad Ródenas escucha atenta
las palabras de Rosa
María Lencero
El galo moribundo nació, igual que nació
otro libro de poemas, Como amantes de Eturia, conservando
los nombres de los que le dieron vida.
En Como amantes de
Etruria, una estatua, un sarcófago etrusco. Y El galo,
la estatua de un guerrero: helénica, bellísima, tan
exquisita que el mármol está caliente, caliente como una
piel, como si todavía viviera. Encontrarme delante de él fue
darme en las pupilas toda la inmensa luz de la belleza, por
eso sentí la necesidad de sumergirme bajo esa piel de mármol
y escribir un poema.
El
galo moribundo, guerrero fijaros que antítesis se lanza
osadamente contra la muerte. Quiere vencer a la muerte que es
inmediata, que ya está cerca: la sangre le va fluyendo por
sus venas, la vida se le va. Pero él, con la remembranza de
la poca fuerza que le queda, arrastra tras de sí todo lo que
son las sensaciones del amor. Por eso se vivifica, revive.
Ojalá el libro os haya transmitido a vosotros también eso.
Verdaderamente, Trinidad
Ródenas me ha sorprendido gratamente porque creo que ha
sabido atrapar el alma del Galo mientras lo estaba leyendo.
Muchas gracias.
Gracias Miguel, Juan y
Domingo, porque verdaderamente sois una ayuda inestimable.
Muchísimas gracias por estar aquí.
Vais a gozar con ellos,
porque son unos pedazos de artistas, os lo aseguro.
Os
voy a recitar algunos poemas, son breves, pero la brevedad es
esencia.
Que gocéis.